No me refiero a los aviones alemanes, sino al fútbol que tanto Bayern Múnich como Borussia Dortmund ofrecieron en la final de la UEFA Champions League. Al menos para mí no hay espacio para las dudas: se mantuvieron en la línea o, si se quiere, por encima de las expectativas generadas.
El primer tiempo tuvo un ritmo frenético. Borussia Dortmund, tal vez, a priori, era quien menos responsabilidad tenía, pero eso no significó que cediera su habitual protagonismo. Se hizo rápidamente con la pelota y durante los primeros minutos del encuentro fue quien quiso y buscó.
La ausencia de Götze, uno de los íconos futbolísticos del juego dinámico del Dortmund, no se notó. Reus fue el distinto, el punzante, el que le daba velocidad al equipo y desconcertaba a la resistencia bávara con sus cambios de ritmo, continuas paredes a un toque y su conocida movilidad. Gündogan es otro que merece mención especial, se sitúa en el medio campo dándole equilibrio al equipo y posee un control de pelota soberbio. ¿Saben lo que más me sorprende de este jugador? Tiene veintidós años, creí que tenía arriba de veinticinco por su manera de recorrer el campo, su visión y seguridad para jugar. Crack. Es verdaderamente sorprendente el trabajo que han hecho los alemanes con sus futuros —y también presentes— valores. Por cierto, Gündogan tuvo la responsabilidad de ejecutar el penal y cambiarlo por gol. Dato no menor.
Tanto Manuel Neuer como Roman Weidenfeller fueron activos protagonistas de la gran final. Ambos porteros tuvieron intervenciones trascendentes durante los noventa minutos. Neuer más en el primer tiempo, Weidenfeller en el segundo. Los dos se lucieron tanto en salidas para descolgar centros, achicar a delanteros en manos a manos, y bajo los tres palos con voladas fantásticas. Grandes reflejos y clase de sobra para los guardametas.
El gol es la acción capital y determinante en el fútbol. Un gol desmorona muchas cosas: debilita y fortalece. El panorama es distinto cuando hay que remontar, a pesar de ir jugando mejor hasta ese momento. Aquí entra en juego la mentalidad del equipo para no caer en el nerviosismo y que el rival, con la ventaja a su favor, no imponga las condiciones. El Bayern cuando llega al 1-0 no había hecho más que su rival, pero, tras varios intentos, logró concretar. La clave: intentar y concretar.
La prueba de fuego llegó finalmente para el Dortmund. Con desventaja debía sobreponerse. No mantuvo en el segundo tiempo el mismo ritmo del primero, tal vez el físico hizo mella en varios de sus jugadores que no pudieron ser tan constantes. Allí parecía que el partido se armaba para el juego de los bávaros, hasta que llega un penal infantil de Dante, central brasileño del Bayern Múnich, que le da la posibilidad a los vestidos de amarillo de igualar 1-1 el marcador.
Con la emoción de los goles, y tras el empate, la gran final continuó con variadas situaciones en búsqueda del tercer gol del partido. Ya en los minutos finales del encuentro, los equipos parecían haber sellado el empate y, con ello, la ida al tiempo extra. Pero cercano a los minutos de adición, un pelotazo frontal de unos cincuenta metros encontró descoordinada a la defensa del Dortmund. Tras una serie de rebotes, la pelota quedó allí, muerta, y Robben, haciendo gala de un gran control, exquisito primer toque, dejó sin respuesta a los defensores rivales y definió ante la salida de Weidenfeller que, ya vulnerado, veía como la pelota ingresaba en su arco.
Así Bayern Múnich alcanzaba la ansiada diferencia y se consagraba campeón europeo por quinta vez en su historia. El gigante alemán rompía el maleficio que lo había tenido a maltraer en las últimas finales perdidas ante Chelsea e Inter.
En conclusión fue un gran partido de fútbol, de lo mejor que he visto en mucho tiempo. Por lo general en las finales, producto del nerviosismo, la imprecisión se hace moneda corriente durante el transcurso del encuentro. Esto no ocurrió aquí. Desde el minuto cero hasta el noventa se jugó al fútbol a gran dinámica y precisión. Daba gusto verlos jugar, ir y venir. Si la pelota se salía del campo, o si el juego era cortado por una infracción, la reposición era instantánea. Las tribunas, otro espectáculo. El estadio era el marco perfecto para el clima la final.
La ingeniería propuesta por ambos equipos alemanes tuvo un alto vuelo. Espero que haya venido para quedarse durante mucho tiempo, y que los países como el mío intenten imitar lo mejor de los mejores. Si uno analiza el prototipo de jugador alemán durante su historia y la realidad de los últimos años, se llega a la conclusión de que si se quiere mejorar y hacer las cosas bien, se puede. En Nacional mediante las inferiores se han sacado grandes valores con buena técnica. El problema es que no se los aprovecha del todo bien y se prefieren, en el once inicial del primer equipo, más corredores y maratonistas que futbolistas finos.
Hasta pronto.
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