9 nov 2013

Primo Levi, el niño y su relato


En Sobre el olvidado SIGLO XX, Tony Judt le dedica uno de sus capítulos al italiano Primo Levi. Este italiano nacido en Turín en el año 1919, es de origen judío y, por consiguiente, terminó siendo prisionero en un campo de concentración de los nazis. Para su suerte logró sobrevivir al Holocausto y se convirtió en el autor de memorias, relatos, poemas y novelas, muchas de ellas a modo desahogo para contar la experiencia que marcó su vida. Judt titula su capítulo como «Las verdades elementales de Primo Levi», destacando la manera concreta —sin dar rodeos ni florecer las cosas— que tenía el italiano de decir las cosas.

Tony Judt habla muy exhaustivamente acerca de este personaje, pero no es la idea de esta entrada hacer algo similar. Por el contrario, aquí pretendo sólo a modo de presentación, contarles algunos datos y, además, citar uno de sus poemas —que aparece en Sobre el olvidado SIGLO XX, antes mencionado— y también un relato que me parece bastante enriquecedor, que también aparece en la obra de Judt.

Antes de continuar, les cuento que Primo Levi, a pesar de las restricciones de la época por su origen judío, logró estudiar en la Universidad de Turín y graduarse como químico. Además consiguió trabajo en varias instituciones que, nuevamente, a pesar de su “raza”, estaban dispuestos a darle un lugar.

El poema que quiero compartirles se llama “El superviviente” (febrero de 1984), en italiano «Il superstite», donde puede verse de manera explícita su sentimiento de culpa por haber sobrevivido al Holocausto y no otras personas, que terminaron muriendo.
Retrocede, déjame solo, pueblo sumergido,
vete. No he desposeído a nadie,
no he usurpado el pan de nadie.
Nadie murió en mi lugar. Nadie.
Vuelve a tu bruma.
No es mi culpa si vivo y respiro,
como, bebo, duermo y me cubro con ropas.

Dice Tony Judt, citándolo textualmente del capítulo antes mencionado: “La culpa del superviviente —por sobrevivir, por no ser capaz de transmitir la profundidad de los sufrimientos ajenos, por no dedicar cada hora al testimonio y al recuerdo— es el legado triunfante de las SS, la razón por la que, en palabras de Nedo Fiano: «En el fondo, yo diría que nunca salí completamente del campo»”.

Las dos obras más reconocidas escritas por Primo Levi son Si esto es un hombre (considerada una las más importantes del siglo XX) y La tregua. Es justamente de esta última el relato que quiero compartirles. El relato es acerca de un niño de tan solo tres años que ha sobrevivido en Auschwitz hasta la llegada de los rusos. También se los comparto íntegramente, como aparece en Sobre el olvidado SIGLO XX.

Hurbinek no era nadie, un niño de la muerte, un niño de Auschwitz. Aparentaba unos tres años de edad, nadie sabía nada de él, no hablaba y no tenía nombre; ese extraño nombre, Hurbinek, se lo habíamos dado nosotros, quizá una de las mujeres que había interpretado con esas sílabas uno de los sonidos inarticulados que el niño emitía de vez en cuando. Estaba paralizado de la cintura para abajo, con las piernas atrofiadas, delgadas como palitos; pero sus ojos, perdidos en su rostro triangular y consumido, brillaban con una terrible viveza, llenos de exigencia y afirmación, de la voluntad de escapar, de romper la tumba de su silencio. Carecía de habla, pues nadie se había molestado en enseñarle; la necesidad de hablar cargaba su mirada fija de una urgencia explosiva: era una mirada salvaje y humana al mismo tiempo, incluso madura, un juicio que ninguno de nosotros podía soportar, tales eran su fuerza y su angustia… 
Durante la noche escuchábamos atentamente… del rincón de Hurbinek a veces venía un sonido, una palabra. No siempre era exactamente la misma palabra, pero sin duda era una palabra articulada, o, mejor, varias palabras articuladas con pequeñas diferencias, variaciones experimentales de un tema, de una raíz, quizá de un nombre. 
Hurbinek, que tenía tres años y quizá había nacido en Auschwitz y nunca vio un árbol; Hurbinek, que había luchado como un hombre, hasta el último aliento, por ganarse la entrada al mundo de los hombres, del que un poder bestial le había excluido; Hurbinek, el sin nombre, cuyo diminuto antebrazo —también el suyo— llevaba el tatuaje de Auschwitz; Hurbinek murió en los primeros días de marzo de 1945, libre pero no redimido. Nada ha quedado de él: su testimonio son estas palabras mías.

Este tipo de relatos conmueve y deja pensando. Me parecía que valía la pena compartirlo (por si no habían leído el libro o si no conocían a su autor).

Esta ha sido una entrada distinta a las anteriores en donde hablaba de libros. Aquí procuré centrarme en una personalidad, mencionada en un capítulo de un libro que ando leyendo, y destacar algunas cosas que me parece oportunas compartir. Y eso ha sido todo por hoy. Hasta la próxima.

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