2 mar 2017

De tropiezos y falsas creencias


Hace poco más de dos semanas, Uruguay festejaba la coronación de su selección sub 20 como campeona de América. El tiempo transcurre y a finales de febrero, empezaba una nueva competencia a nivel continental, esta vez, para los jóvenes menores de diecisiete años. Y como siempre, nos gusta soñar en grande, pensar que lo obtenido en los últimos tiempos con las continuas clasificaciones a los mundiales juveniles —salvo alguna excepción, como en 2015 con la sub 17— son cosa de todos los días. En este año, volvimos a sufrir un ‘tropiezo’.

Tal vez en este 2017 y tras el título obtenido por la sub 20, lo más llamativo, y que hace un contraste más sugerente, sea que ni siquiera se haya pasado la fase de grupos. Hasta ahora, en tres partidos, Uruguay sólo consiguió un punto, marcó dos goles aún restando un encuentro por disputar, ante la inestable Bolivia —que ha tenido grandes pasajes hasta ahora, y también de los otros, en donde flaquea al disipar ataques rivales—.

Nadie puede dudar que no se haya tenido una buena preparación, teniendo encima más de veinte partidos de entrenamiento previos al torneo. A su vez, muchos de estos chiquilines vienen juntos desde el anterior escalón de los seleccionados celestes, en la sub 15, con el mismo entrenador que hoy también los dirige. Entonces uno se para a pensar y se pregunta, ¿qué es lo que salió mal? O mejor dicho, ¿qué fue lo que no salió bien?

Ante Ecuador y Colombia, y sobre todo ante estos últimos, faltó precisión y conectar acciones colectivas. Sumado a que se estuvo extrañamente mal en los momentos que tocaba defender, con fallos que se reiteraron aun habiendo mucho recambio de nombres de un partido a otro. Vale resaltar, además, que la principal figura uruguaya, Sanabria, jamás logró demostrar por largos períodos su calidad —que sí llegaba a apreciarse en sus intervenciones, ya sea en algún pase en largo, o en corto pero de primera intención, y algún regate que nos dio en cuentagotas—. ¿Es responsabilidad del propio Sanabria que la pelota haya pasado tan poco por él?

Antes de pasar a hablar del partido ante Chile, me gustaría destacar la actuación Owen Falconis, el chico de Defensor Sporting, que se lució con un verdadero golazo desde la mitad de la cancha ante los colombianos que supuso, en ese momento, irse al descanso 1-1. Viendo al arquero adelantado, Falconis remató de unos cincuenta metros y la metió arriba, digno de ver si es que no lo vieron ya. Pero también se vio activo y enérgico a la hora de participar en el ataque un tanto desorganizado de la selección. Ya sea intentando desnivelar con pelota al pie, asociándose en acciones que poco se vieron durante el torneo junto a sus compañeros, o ya sea con remates que no terminaron en el fondo del arco. Tal vez sea el apellido que más llenó durante la competición, de los vestidos de celeste.

Pasando al partido que transcurrió hace unas horas ante la selección chilena, vale decir que seguramente fue la mejor actuación de Uruguay. Siendo sincero, al menos hoy, no se mereció perder y, diría más, se mereció el triunfo. Pero hay detalles que hay que mencionar, detalles que a veces dan poderosos mensajes que no son demasiado positivos y que más adelante abordaré. Uruguay tuvo ocasiones, al menos un par, clarísimas, que terminaron no siendo gol por dos motivos: uno, no tener una gran finalización; y dos, la actuación del arquero chileno, que tapó de buena manera acciones de peligro.

En una jugada un tanto entreverada por el número de jugadores que había en el área de la selección chilena, Sanabria llegó a la línea final y metió un centro con su pierna izquierda; del otro lado, en el segundo poste, apareció Neris para marcar de cabeza el 1-0 y el que a la postre sería el segundo gol uruguayo en el Sudamericano sub 17. Aquí hay que decir que se fue al frente, que errando a veces en el camino, abusando de pases largos desde la línea defensiva, aún se creía, de buena manera, que la victoria era alcanzable. Uruguay se pone en ventaja, queda con vida y le ‘amarga’ la tarde a los locales.

Pero en vez de continuar por el mismo camino, de seguir poniendo en aprietos al conjunto chileno, de tener la pelota, de ir hacia el arco rival, el entrenador uruguayo da un mensaje que si bien no es explícito, dice mucho: saca a un delantero y pone a un mediocampista defensivo. Podrán decirme que es una tontería lo que aquí estoy resaltando, y puede serlo, ¿pero acaso es descabellado intentar mantener una ‘fórmula’ que te hizo encerrar a Chile y que prácticamente no llegara con peligro en todo el partido? Garay cambió defensivamente para «cerrar el partido», el equipo empezó a olvidarse de jugar y fue dejando pasar el tiempo, para que transcurriera y apremiara a los locales, pero repito, se olvidó de jugar.

Seguramente esto último sea lo único que pueda reprochársele, no a los jugadores, que hasta el momento del empate sin goles habían dado todo y hasta más de sus posibilidades en cuanto a entrega. Me refiero al entrenador, que dejándose llevar por un sentido especulador, detuvo el impulso que podía darnos una diferencia mayor o, al menos, mantener a Chile más lejos de nuestro arco. Lo curioso fue que el empate llega por dejar que los locales tengan más la pelota, y en un despeje cercano del tiro de esquina, la última línea de Uruguay queda en el punto penal y, vaya ironía, quedamos mal parados —como nunca habíamos quedado en este partido, y sí en los anteriores—, y ya sin el segundo delantero y sí con un mediocampista defensivo en el campo.

Ojalá este haya sido una buena lección para todos. ‘Cerrar los partidos’, rehusándose atacar para dedicarse a mantenerse compactos cerca del propio arco, sacar futbolistas ofensivos para poner otros dedicados exclusivamente a correr detrás del rival, a veces no funciona. De hecho, estaría bueno pensar qué es ‘cerrar los partidos’, una de las grandes frases que ha dado el fútbol y que, sinceramente, como en este caso queda en evidencia, carece de sustento. Porque ni metiendo los once futbolistas en tu propia área, eso te asegurará ‘defender bien’ o evitar que el rival pueda, en una acción impensada, anotar y dejarte fuera de una competición.

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