La sala se queda completamente a oscuras, excepto por la pantalla gigante que todo el mundo ve, y el silencio se extiende hacia cada uno de los rincones, por más recóndito que sean. La película inicia y el público va contagiándose poco a poco, en parte por la melodía, que actúa como cortina de fondo, y también por la propia historia que va desarrollándose.
Los críticos pueden no darle una gran calificación por su originalidad, pero eso a los espectadores poco les importa. Estos últimos ven cómo el héroe crece y crece, sobrepasando un sinfín de obstáculos, venciéndolos con mucho esfuerzo y valentía. Lo ven alcanzar cosas que no había soñado con anterioridad, lo ven, prácticamente, rozar la gloria con sus manos, ¿o debo decir “con sus pies”? Sin embargo, cuando todo parece funcionar a la perfección, cuando la progresión de dicho héroe parece alcanzar su punto más alto y la contienda más importante (¿por qué no decirlo?) de su vida, está a poco tiempo de empezar, un nuevo obstáculo aparece, haciéndolo caer unos cuantos escalones de esa escalera tan costosa.
Llegado a este punto crítico de la película, los espectadores quedan conmocionados ante el último suceso.
Contra todos los pronósticos posibles, el héroe va recuperándose, nuevamente, poco a poco. La primera prueba que debe superar, ya que la contienda ha empezado, lo encuentra aún en ausencia. Los deseos por estar y alzar lo que le pertenece lo invaden, pero no puede convertir dichos deseos en acciones efectivas, acumulando así cierta impotencia que podría llegar a nublar su mente. Sin embargo, esto último no ocurre y ante la segunda prueba, tal vez la más importante, tras el primer traspié, el héroe regresa, retorna, retorna como nunca antes y, al mismo tiempo, como siempre. El héroe conquista lo que le pertenece y alza entre sus manos, o, mejor dicho, sus pies, el espíritu de toda una nación expectante por sus hazañas.
¿El final de la película? Vestido de celeste, acompañado de diez hombres, también vestidos con el mismo color, el héroe alcanza los objetivos y supera esa segunda prueba que tan complicada se le antojaba a él y a los demás. Vestido de celeste, el héroe lanza a viva voz y hacia los cuatro vientos dos gritos que se prolongan por todo el mundo, haciendo vibrar a sus oponentes y a sus propios compañeros, y desnudando, con sendos gritos, su alma. La película termina aquí, así, con esa euforia de nuestro héroe, pero la historia sigue, no sé si llegará a ser una trilogía o incluso superar los tres episodios, pero al menos nos tiene asegurado una continuación, una segunda parte.
A todo esto, no les he dicho la identidad de nuestro héroe. ¡Muchas gracias, Luis Suárez!
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